jueves, 24 de febrero de 2011

La gallina no es un águila defectuosa


En la escuela se dan cita todo tipo de alumnos. Hay en la escuela ricos y pobres, niños y niñas, inmigrantes y autóctonos, creyentes y ateos, listos y torpes, cultos e incultos... Todos ellos tienen derecho a alcanzar el éxito en su aprendizaje. Pero la escuela es una institución tradicionalmente homogeneizadora, por eso ha de buscar respuestas a las insistentes preguntas que hace la infinita diversidad de su alumnado.

Cuando se habla de diversidad se reconoce la identidad de cada persona. Si, por el contrario, se establece un prototipo, todas las variaciones respecto al mismo se convierten en deficiencias. Una gallina es una gallina. No es un animal que tenga que catalogarse por su semejanza a un modelo. ¿Qué pensar de quien considerase deforme a una gallina porque sus alas no le permiten elevar el vuelo más allá de las tapias del corral? ¿Sería justo que se la maltratase con golpes, insultos y descalificaciones? ¿Sería lógico decir que ha fracasado porque tarda más que el águila en recorrer volando una determinada distancia? ¿Sería razonable y ético que se la castigase por su “maldita diferencia”?

Una gallina es una gallina. Un águila es un águila. Estas afirmaciones que parecen obviedades cercanas al ridículo están frecuentemente negadas cuando, en la escuela, tratamos a los niños y a las niñas como si fuesen iguales, o cuando los tratamos como diferentes pero comparándolos con un prototipo. Quienes se alejan de ese modelo, de ese arquetipo, parece que tienen alguna tara. Son, por consiguiente, defectuosos. Así, una niña sería un niño defectuoso. Por eso llora, por eso es mala en matemáticas, por eso es charlatana. Un niño con síndrome de Down sería un niño normal defectuoso, que no puede aprender nada, que no puede valerse por sí mismo. Un niño ateo, sería un niño creyente defectuoso. Un niño gitano sería un niño payo defectuoso, incapaz de hablar bien, de comportarse cortésmente. Un niño magrebí sería un niño autóctono defectuoso, que no domina la lengua castellana, que no conoce las costumbres del país, que no sabe quién es la Virgen Inmaculada.

El prototipo escolar lo constituye el varón, blanco, sano, inteligente, autóctono, creyente, payo, vidente, ágil, oyente, castellanoparlante. Los demás son “anormales” o, lo que es peor, “subnormales”.

La institución escolar alberga problemáticas muy diversas, no sólo debidas a las diferencias infinitas individuales sino a las diferencias grupales (étnicas, lingüísticas, culturales, religiosas, económicas, de género...).

Hay que caminar hacia una escuela inclusiva. Lo cual exige hacerse permanentemente esta pregunta: ¿a quién excluye la escuela?, ¿a quién le pone trabas para una integración plena?, ¿a quién le beneficia o privilegia? Si un centímetro cuadrado de piel (las huellas digitales) nos hace diferentes a miles de millones de individuos, ¿qué no sucederá con toda la piel?

Con todo lo que ésta tiene dentro, con la historia y las vivencias y las emociones y las expectativas. No hay un niño exactamente igual a otro. Ni siquiera dos gemelos univitelinos pueden considerarse idénticos. Su historia es distinta, sus vivencias son diferentes e intransferibles. Hay dos tipos de niños en las escuelas: los inclasificables y los de difícil clasificación. Cada individuo es: ÚNICO IRREPETIBLE IRREEMPLAZABLE COMPLEJO DINÁMICO Las diferencias de las personas puede ser entendidas y vividas como una riqueza o como una carga. Si esa diferencias se respetan y se comparten son un tesoro; si se utilizan para discriminar, excluir y dominar se convierten en una lacra. No hay educación si no se produce un ajuste de la propuesta a las características del educando. Sólo hay educación cuando un individuo concreto crece y se desarrolla al máximo según sus posibilidades.

La psicología dice que es preciso acomodar la enseñanza a los conocimientos previos de los alumnos. ¿Cómo puede hacerse en un grupo actuando como si todos tuviesen los mismos datos en la cabeza, los mismos deseos e intereses en el corazón? Si pensamos en una situación similar en el ámbito de la salud comprenderíamos el disparate que supone reunir a veinticinco pacientes y a través de la observación hacer un diagnóstico simultáneo y aplicar una receta idéntica para todos. ¿Qué sucedería? Alguno moriría por la alergia a un medicamento, otros seguirían padeciendo el mal con el que llegaron, alguno vería cómo se agravaba un mal incipiente. Sería mucho mejor que fuesen medicados.

De ahí el viejo dicho: “Si las pócimas que nos dan los médicos fuesen arrojadas al fondo del mar, la humanidad estaría mucho mejor y los peces mucho peor” Se ha considerado frecuentemente la diversidad como una rémora. Se ha tendido a formar grupos lo más homogéneos posibles y se ha apartado a quienes mostraban una diferencia (por arriba o por abajo) muy acusada.

La falta de preocupación por las diferencias no es sólo una traba didáctica sino un atentado a la justicia. Ya en 1966 decía Bourdieu que “la indiferencia hacia las diferencias transforma las desigualdades iniciales en desigualdades de aprendizaje”. Si se exige por igual a quienes son de partida tan desiguales no se hace otra cosa que implantar institucionalmente la injusticia. Como en la escuela la actuación se dirige hacia un alumno tipo, los que no responden a él, se encuentran con dificultades de adaptación. No es la escuela la que se adapta a los niños sino éstos los que tienen que ajustarse al modelo que se propone o se impone en la escuela. Lo digo no sólo por lo que respecta al aprendizaje de las materias sino a la forma de comportamiento y de relación.

Para que la escuela dé respuesta a las exigencias de la diversidad es necesario que se transformen:
- Las concepciones: no se trata de hacer por hacer sino de hacer por algo y para algo. Hay que romper los moldes de la escuela rígida, autoritaria y homogeneizadora.
- Las estrategias: las concepciones son dinamizadoras de la práctica. Es preciso poner en funcionamiento procesos inspirados en la filosofía de la diversidad para que no se quede la teoría en un bello discurso.
- Los requisitos: si se pretende desarrollar un currículum que tenga como presupuesto la atención a la diversidad, es preciso contar con aquellos medios que hagan posible una acción coherente.

Si la filosofía de la diversidad llega a la escuela, teórica y prácticamente, se habrá ganado en la dimensión ética, mejorará la convivencia, y los aprendizajes serán más relevantes y significativos para todos y cada uno de los alumnos. Los mismos alumnos tienen que hacerse también conscientes de la diversidad sin que unos entiendan que son más o menos que los otros por ser como son. Recuerde el lector aquel significativo diálogo entre el elefante y la hormiga acomplejada. - ¿Cuántos años tienes, elefante?, pregunta la hormiga. - Yo tres. ¿Y tú? - Yo también tengo tres, pero es que he estado malita.


Autor
Miguel Ángel Santos Guerra
Doctor en Ciencias de la Educación.
Diplomado en Psicología.
Catedrático de Didáctica y Organización Escolar.
Autor y Director de libros, colecciones, revistas y publicaciones de libros sobre educación.
Miembro de la Comisión Asesora para la evaluación del sistema educativo de la
Junta de Andalucía.

El mono Federico

Algunas veces los educadores, los padres y madres y los políticos (entre otros agentes benefactores) ponen especial empeño en adivinar cuál es el interés de sus alumnos, hijos y súbditos respectivamente.
Para ayudar a sus protegidos o beneficiarios deciden sin consulta previa y sin duda alguna qué es lo que les hace falta, lo que más necesitan o lo que más les gusta. Ni por asomo se les ocurre pensar que pueden estar equivocados y que son los interesados quienes de verdad saben lo que les importa. Estos agentes suelen utilizar frecuentemente la expresión “por su bien” para justificar su comportamiento unilateral, pretencioso, paternalista o autoritario. “Por su bien” imponen unas decisiones, premian comportamientos o hacen concesiones y regalos.

Esa tendencia a etiquetar como “menores de edad” a las personas, a considerarlas incapaces de saber lo que quieren, necesitan y desean es un error de la educación y una perversión de la política. Utiliza Holderlin al respecto una hermosa y profunda metáfora: “Los educadores forman a sus educandos como los océanos forman a los continentes: retirándose”.

No es fácil. La tentación es anegarlos, es decir pensar por ellos, decidir por ellos, actuar en lugar de ellos. El problema reside en que no siempre aciertan en esa suposición, sea por ingenuidad, sea por despiste, sea por pura perversión. Resulta curioso que, en ocasiones, el esfuerzo que hacen resulte estéril o, incluso, perjudicial. Lo voy a explicar con una historia. Alguien ha dicho que la distancia más corta entre una persona y la verdad es un cuento. No sé si será muy cierta la afirmación. Por si acaso, voy a expresar esa idea a través de una curiosa historia que he leído recientemente en el libro “La ecología emocional”, historia que trascribo libremente. Se cuenta que una señora argentina va a comprar dos pasajes de primera clase para un viaje de Buenos Aires a Madrid. En el transcurso de la conversación el empleado de la agencia se dio cuenta de que el acompañante de la señora era un mono. La compañía se opuso a que viajase en el avión un mono y no aceptó el argumento de la mujer de que si ella pagaba podía decidir con quién viajar, a dónde y cómo. Aún así la señora, que tenía mucha influencia, consiguió gracias a la recomendación de un directivo de la compañía, que se aceptase que el mono pudiera viajar en una caja especial cubierta con una lona, en la zona de azafatas del avión, en lugar de hacerlo en la bodega del avión con los equipajes facturados.

De mala gana la mujer aceptó, de modo que llegó al avión con una jaula cubierta por una lona que llevaba el nombre bordado de Federico. Ella misma se ocupó de que quedara bien instalada y se despidió del mono tocando la lona y diciendo: - Pronto estaremos en tu tierra, Federico, tal y como le prometí a Joaquín. A mitad del largo viaje una azafata tuvo la ocurrencia de dar un plátano y agua al mono y, al levantar la lona, se dio cuenta de que el animal estaba muerto, tendido en el suelo de la jaula. Rápidamente avisó a los compañeros quienes, consternados, sabiendo las elevadas influencias de la señora, llamaron a la base para explicar el suceso y pedir instrucciones. Se les dice que es preciso que la señora no se de cuenta de nada, puesto que sus puestos de trabajo peligrarían. - Tenemos una idea, -les dicen- haced una foto del mono y enviadla por fax al aeropuerto de Barajas y nosotros daremos instrucciones para reemplazar al simio por otro idéntico tan pronto como aterricéis.

El personal lo hizo al pie de la letra. Al llegar a Madrid tuvo lugar la sustitución. Compararon la foto del mono con el sustituto y después de algunos retoques dejaron al simio dentro de la jaula y se llevaron el cadáver de Federico. Al bajar del avión la señora reclamó impaciente la jaula al sobrecargo.
- Aquí tiene el mono, señora. - Ay, Federico, finalmente estamos en tu tierra..., dice la mujer levantando la lona. Y añade, estupefacta: - Pero...¡si éste no es Federico! - ¿Cómo que no es Federico? ¿No ve, señora, que es su mono?. - De ninguna manera, éste no es Federico. - Señora, todos los monos son iguales. ¿Cómo sabe que no es Federico? - Muy sencillo, porque Federico... estaba muerto. La mujer llevaba al mono a enterrar a España porque se lo había prometido a su marido, Joaquín, antes de que éste muriera.

Dar por supuesto el deseo, la necesidad, el interés y el gusto de los demás lleva a pintorescas, tristes y, a veces, dramáticas situaciones. Conduce también a esfuerzos baldíos y a comportamientos abusivos. El interesado sabe en qué consiste su bien.

Pensar que al hacerlo se equivoca y que los demás lo conocemos mejor y somos más sabios y más honestos que él mismo, lleva a cometer errores como el de los miembros de la tripulación de nuestra historia. La sobreprotección es una actitud dañina y egoísta que impide que el otro sea él mismo y crezca con libertad. La sobreprotección, paradójicamente, es destructiva y anuladora. Satisface a quien la practica, pero anula y destruye a quien la recibe. Hay que tener cuidado con el mono Federico.


Autor
Miguel Ángel Santos Guerra
Doctor en Ciencias de la Educación.
Diplomado en Psicología.
Catedrático de Didáctica y Organización Escolar.
Autor y Director de libros, colecciones, revistas y publicaciones de libros sobre educación.
Miembro de la Comisión Asesora para la evaluación del sistema educativo de la
Junta de Andalucía.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Ciberculturas

A propósito de la utilización masiva de netbooks en la educación impulsada por el gobierno nacional, Luciano Saguinetti propone algunos temas de reflexión acerca de los jóvenes, el uso de la tecnología y los cambios que produce la cibercultura en los modos de decir, hacer y pensar.
A propósito de la entrevista publicada por Página/12 a la especialista en tecnologías y educación Nora Sabelli, asesora del programa Conectarigualdad, se me ocurrió pensar en el impacto de la cibercultura en los jóvenes que a partir de marzo comenzarán a recibir masivamente las netbooks, 450.000 el año pasado y más de 1.000.000 este año. El texto que sigue es parte de esas reflexiones.
La palabra cibercultura deriva del concepto de ciberespacio que fue popularizado por el escritor William Gibson en su novela Neuromante. A finales de la década del ochenta, cuando el proceso de expansión de las TIC (tecnologías de información y comunicación) comenzó a acelerarse, la palabra cibercultura definió las experiencias y producciones que se desarrollaban en esta nueva dimensión de la cultura contemporánea que hacía de las mediaciones tecnológicas su centro de gravedad. Entre sus rasgos primordiales encontramos la interactividad con las máquinas, la hipertextualidad y la conectividad que facilita formas de comunicación e información mediada por los ordenadores.
Claro, aquello que comenzó como una expresión para identificar a ciertos grupos marginales de científicos, tecnólogos, artistas, fue paulatinamente extendiéndose a medida que avanzaba la informatización de la sociedad. Hoy, la denominada cibercultura abarca la cultura mundial y se profundiza en determinados grupos sociales y etarios, en particular los jóvenes, dando origen a las ciberculturas juveniles. Para el sociólogo argentino Marcelo Urresti, los jóvenes han desarrollado a partir de los usos de las TIC una verdadera revolución cultural, en la que se transforma la relación que tienen con nuestro entorno.
Jóvenes y tecnologías
Igualmente, la relación de los jóvenes con las tecnologías no es nueva, y ni siquiera les corresponde exclusivamente a los jóvenes de hoy; ya sus padres incorporaron el sistema de televisión por cable o las primeras computadoras personales, del mismo modo que los padres de sus padres lo hicieron con la televisión, la radio o el cine. En síntesis, observar particularmente sorprendidos cómo los jóvenes interactúan con celulares o Internet es desconocer que son producto y viven una sociedad moderna que comenzó a inaugurar periódicamente nuevas formas de comunicación desde la invención de la imprenta y que estos modos diferentes de comunicación no son más que un jalón de este proceso de transformación sociocultural que llamamos modernidad. Esto nos obliga a preguntarnos qué es lo verdaderamente nuevo.
La respuesta no es tan sencilla como la pregunta, pero ya podemos arriesgar que la novedad radica en que los antiguos medios de comunicación e información todavía estaban inmersos en una lógica mediocéntrica, la de un gran productor de contenidos unilaterales y una masa indistinta de consumidores. Esos mensajes eran producidos industrialmente por grandes compañías que elaboraban esos contenidos sobre el modelo fordista de producción serializada: un contenido accesible, simple, con pretensiones de ser masivamente consumido. Lo que hoy vivimos con las nuevas tecnologías es que los usuarios se han vuelto los productores, que se ha quebrado la lógica emisor-receptor diferenciada y que somos tanto emisores como receptores, lectores como escritores, consumidores como productores de mensajes y contenidos.
Dentro de este cambio revolucionario, desde el punto de vista del acceso al conocimiento y del estatus que ha adquirido ese conocimiento, los jóvenes son los que más rápidamente se han apropiado de las nuevas herramientas. Se habla de empoderamiento. Sin embargo, alimentado desde el principio de la historia, la relación entre el hombre y las máquinas siempre está envuelta en ese halo de misterio, como vemos reflejado desde Frankenstein en adelante, pasando por Metrópolis o Terminator, siempre está envuelta en un halo de misterio.
¿Las tecnologías nos deshumanizan? ¿El hecho de que hace miles de años hayamos inventado el garrote nos ha hecho menos pensantes? ¿Acaso el afán de dejar la subordinación a la naturaleza nos ha subordinado a otra cosa? En el pensamiento occidental la tradición romántica ha sido la que más ha llamado la atención sobre este peligro: un mundo de máquinas insensibles se vuelven contra sus creadores, una sociedad de aparatos va tejiendo en torno de los sujetos una red de la cual emergemos paradójicamente menos libres, como en aquella famosa jaula de hierro de la que hablaba Weber. Incluso peor, porque los finos tentáculos de esa red se han vuelto invisibles, de fibra óptica, y en el proceso, cuando creemos que dominamos a las tecnologías somos dominados por ella, cuando creemos que hablamos con las tecnologías somos hablados por ellas.
La encrucijada: ¿deshumanización?
Dijimos al comienzo que la interactividad, la hipertextualidad y la conectividad eran algunos de los rasgos sustanciales de la cibercultura y que en ella los jóvenes eran los más expertos habitantes, los nativos. Precisemos. Interactividad supone esencialmente que las máquinas actuales tienden en gran medida a que los usuarios realicen más operaciones definiendo con mayor precisión lo que quieren y necesitan. Pueden definir contenidos, pueden ofrecer sus propias producciones, pueden buscar con quién comunicarse o compartir lo que producen, pero también pueden restringir su uso, en determinados niveles y alternativas. Las tecnologías de comunicación e información contemporáneas avanzan hacia el perfil de un usuario más que en un receptor. Marcelo Urresti llamó a esto prosumidor, es decir, un consumidor y productor que en funciones a veces simultáneas se relaciona con el mundo tecnológico. Interactividad implica que ha desaparecido aquella programación generalizada, sumado al hecho de que las tecnologías de hoy desubican también a los medios tradicionales. Cuando vemos una película en casa, ¿eso es cine? Cuando miramos una serie televisiva en la PC, ¿eso es televisión? Cuando escuchamos música en el celular, ¿eso es radio? Lo que se observa claramente es que lo que determina a las tecnologías de hoy es la convergencia. Como sugirió Henry Jenkins, una convergencia que es mucho más profunda que la síntesis entre audio, video y ordenadores; vamos hacia una cultura general de la convergencia en la que las producciones circularán en múltiples soportes. O quizá mejor dicho, los soportes ya no serán el contenido de los mensajes. ¿Es acaso una respuesta al famoso aforismo de Mac Luhan? ¿No es el medio ya el mensaje?
La hipertextualidad nos habla de la proliferación de multimediales lenguajes. La escritura en soporte digital ha revolucionado las comunicaciones, pero también lo hace el desarrollo de una segunda oralidad reproducida por la imagen en movimiento, el celular, el cine digital o las webcams. Lo sonoro reconfigurando nuestro espacio como sucede con las computadoras en los autos. Pero también una hipertextualidad que remite a las posibilidades de construir un discurso en el cual los enlaces se multiplican, a través de infinitas fuentes de información. El hipertexto lo que disuelve, como bien señaló Sabelli, es el discurso único del manual, el trabajo de la memoria como repetición.
La conectividad
Por último, la conectividad. ¿Qué significa estar conectados? La respuesta no es sencilla tampoco, pero intuyo que para los jóvenes estar conectados es de algún modo estar en el mundo, y eso no es saber aquello que se supone deben saber, sino saber lo que ocurre a través de ese intersticio entre la cultura oficial y la cultura popular en el que siempre confrontan dos estilos de vida, dos verdades, dos formas de ver el mundo. Los jóvenes quizá por estar en ese lugar de transición son los más perceptivos a esas contradicciones. Unas sociedades donde el discurso del trabajo entra en cortocircuito con las dificultades para encontrar trabajo, donde la democracia se ve desmentida por los grupos de poder y las mafias, donde la seguridad es vulnerada por la violencia de los que dicen ser responsables de la seguridad, donde la vida sana que promueven los medios oculta la pobreza y la marginación. La lógica de la conectividad es mucho más que la definición en la cual nos referimos a la capacidad de conexión entre ordenadores, nos referimos a la capacitad de interactuar con los múltiples soportes tecnológicos en los que se hace y se deshace la vida contemporánea.
Los jóvenes que atraviesan hoy los universos escolares intuyen entonces que en la brecha digital hay también una brecha cultural y política que habla de su futuro. Un futuro que como observó con agudeza el Indio Solari llegó hace rato.

Por Luciano Sanguinetti *
* Docente e investigador. Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP.
Fuente
Página12.com

sábado, 12 de febrero de 2011

Saberes previos

La adquisición de información nueva depende en alto grado de las ideas pertinentes que ya existen en la estructura cognitiva y el aprendizaje significativo de los seres humanos ocurre a través de una interacción de la nueva información con las ideas pertinentes que ya existen en la estructura cognitiva.
D. Ausubel

Los fundamentos que no pueden faltar
El concepto de saberes previos nos conduce a otro, más abarcativo: el de aprendizaje significativo. La idea esencial para promover un aprendizaje significativo es tener en cuenta los conocimientos factuales y conceptuales (también los actitudinales y procedimentales) y cómo éstos van a interactuar con la nueva información que recibirán los alumnos mediante los materiales de aprendizaje o por las explicaciones del docente.
Para Ausubel, la clave del aprendizaje significativo está en la relación que se pueda establecer entre el nuevo material y las ideas ya existentes en la estructura cognitiva del sujeto. Por lo expuesto, la eficacia de este tipo de aprendizaje radica en su significatividad y no en técnicas memorísticas. Los prerrequisitos para que un aprendizaje sea significativo para el alumno son:
• Que el material le permita establecer una relación sustantiva con los conocimientos e ideas ya existentes. A esta condición del material se la denomina significatividad lógica. Un material es potencialmente significativo cuando permite la conexión de manera no arbitraria con la estructura cognitiva del sujeto. Es decir, el nuevo material (que puede ser un texto o la información verbal del docente) debe dar lugar a la construcción de significados. Ello depende, en gran medida, de la organización interna del material o, eventualmente, de la organización con que se presenta dicho contenido al alumno.
• Disposición, interés y posibilidad de darle sentido a lo que aprende. Es decir, que el aprendizaje promueva una significatividad psicológica. Ello hace referencia al hecho de que el aprendizaje pueda significar algo para el alumno y lo ayude a establecer una conexión no arbitraria con sus propios conocimientos. Por lo visto, ambos prerrequisitos conducen al concepto de saberes previos, esto es, las ideas o conocimientos previos que los chicos han construido sobre determinados temas, tópicos o conceptos.
Los conocimientos previos de los alumnos en las diferentes áreas difieren tanto en lo que hace al contenido como a su naturaleza. Por ejemplo, algunos son más conceptuales, otros más procedimentales, más descriptivos o más explicativos. Estos factores varían según la edad y los aprendizajes anteriores.




miércoles, 2 de febrero de 2011

Internet está erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma

Un mundo distraído

La tercera parte de la población mundial ya es 'internauta'. La revolución digital crece veloz. Uno de sus grandes pensadores, Nicholas Carr, da claves de su existencia en el libro 'Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?' El experto advierte de que se "está erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma".


El correo electrónico parpadea con un mensaje inquietante: "Twitter te echa de menos. ¿No tienes curiosidad por saber las muchas cosas que te estás perdiendo? ¡Vuelve!". Ocurre cuando uno deja de entrar asiduamente en la red social: es una anomalía, no cumplir con la norma no escrita de ser un voraz consumidor de twitters hace saltar las alarmas de la empresa, que en su intento por parecer más y más humana, como la mayoría de las herramientas que pueblan nuestra vida digital, nos habla con una cercanía y una calidez que solo puede o enamorarte o indignarte. Nicholas Carr se ríe al escuchar la preocupación de la periodista ante la llegada de este mensaje a su buzón de correo. "Yo no he parado de recibirlos desde el día que suspendí mis cuentas en Facebook y Twitter. No me salí de estas redes sociales porque no me interesen. Al contrario, creo que son muy prácticas, incluso fascinantes, pero precisamente porque su esencia son los micromensajes lanzados sin pausa, su capacidad de distracción es enorme". Y esa distracción constante a la que nos somete nuestra existencia digital, y que según Carr es inherente a las nuevas tecnologías, es sobre la que este autor que fue director del Harvard Business Review y que escribe sobre tecnología desde hace casi dos décadas nos alerta en su tercer libro, Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus).


"Aún no somos conscientes de todos los cambios que van a ocurrir cuando realmente el libro electrónico sustituya al libro"


Cuando Carr (1959) se percató, hace unos años, de que su capacidad de concentración había disminuido, de que leer artículos largos y libros se había convertido en una ardua tarea precisamente para alguien licenciado en Literatura que se había dejado mecer toda su vida por ella, comenzó a preguntarse si la causa no sería precisamente su entrega diaria a las multitareas digitales: pasar muchas horas frente a la computadora, saltando sin cesar de uno a otro programa, de una página de Internet a otra, mientras hablamos por Skype, contestamos a un correo electrónico y ponemos un link en Facebook. Su búsqueda de respuestas le llevó a escribir Superficiales... (antes publicó los polémicos El gran interruptor. El mundo en red, de Edison a Google y Las tecnologías de la información. ¿Son realmente una ventaja competitiva?), "una oda al tipo de pensamiento que encarna el libro y una llamada de atención respecto a lo que está en juego: el pensamiento lineal, profundo, que incita al pensamiento creativo y que no necesariamente tiene un fin utilitario. La multitarea, instigada por el uso de Internet, nos aleja de formas de pensamiento que requieren reflexión y contemplación, nos convierte en seres más eficientes procesando información pero menos capaces para profundizar en esa información y al hacerlo no solo nos deshumanizan un poco sino que nos uniformizan". Apoyándose en múltiples estudios científicos que avalan su teoría y remontándose a la célebre frase de Marshall McLuhan "el medio es el mensaje", Carr ahonda en cómo las tecnologías han ido transformando las formas de pensamiento de la sociedad: la creación de la cartografía, del reloj y la más definitiva, la imprenta. Ahora, más de quinientos años después, le ha llegado el turno al efecto Internet.


Pero no hay que equivocarse: Carr no defiende el conservadurismo cultural. Él mismo es un usuario compulsivo de la web y prueba de ello es que no puede evitar despertar a su ordenador durante una breve pausa en la entrevista. Descubierto in fraganti por la periodista, esboza una tímida sonrisa, "¡lo confieso, me has cazado!". Su oficina está en su residencia, una casa sobre las Montañas Rocosas, en las afueras de Boulder (Colorado), rodeada de pinares y silencio, con ciervos que atraviesan las sinuosas carreteras y la portentosa naturaleza estadounidense como principal acompañante.


PREGUNTA. Su libro ha levantado críticas entre periodistas como Nick Bilton, responsable del blog de tecnología Bits de The New York Times, quien defiende que es mucho más natural para el ser humano diversificar la atención que concentrarla en una sola cosa.



RESPUESTA. Más primitivo o más natural no significa mejor. Leer libros probablemente sea menos natural, pero ¿por qué va a ser peor? Hemos tenido que entrenarnos para conseguirlo, pero a cambio alcanzamos una valiosa capacidad de utilización de nuestra mente que no existía cuando teníamos que estar constantemente alerta ante el exterior muchos siglos atrás. Quizás no debamos volver a ese estado primitivo si eso nos hace perder formas de pensamiento más profundo.


P. Internet invita a moverse constantemente entre contenidos, pero precisamente por eso ofrece una cantidad de información inmensa. Hace apenas dos décadas hubiera sido impensable.


R. Es cierto y eso es muy valioso, pero Internet nos incita a buscar lo breve y lo rápido y nos aleja de la posibilidad de concentrarnos en una sola cosa. Lo que yo defiendo en mi libro es que las diferentes formas de tecnología incentivan diferentes formas de pensamiento y por diferentes razones Internet alienta la multitarea y fomenta muy poco la concentración. Cuando abres un libro te aíslas de todo porque no hay nada más que sus páginas. Cuando enciendes el ordenador te llegan mensajes por todas partes, es una máquina de interrupciones constantes.


P. ¿Pero, en última instancia, cómo utilizamos la web no es una elección personal?

R. Lo es y no lo es. Tú puedes elegir tus tiempos y formas de uso, pero la tecnología te incita a comportarte de una determinada manera. Si en tu trabajo tus colegas te envían treinta e-mails al día y tú decides no mirar el correo, tu carrera sufrirá. La tecnología, como ocurrió con el reloj o la cartografía, no es neutral, cambia las normas sociales e influye en nuestras elecciones.


P. En su libro habla de lo que perdemos y aunque mencione lo que ganamos apenas toca el tema de las redes sociales y cómo gracias a ellas tenemos una herramienta valiosísima para compartir información.



R. Es verdad, la capacidad de compartir se ha multiplicado aunque antes también lo hacíamos. Lo que ocurre con Internet es que la escala, a todos los niveles, se dispara. Y sin duda hay cosas muy positivas. La Red nos permite mostrar nuestras creaciones, compartir nuestros pensamientos, estar en contacto con los amigos y hasta nos ofrece oportunidades laborales. No hay que olvidar que la única razón por la que Internet y las nuevas tecnologías están teniendo tanto efecto en nuestra forma de pensar es porque son útiles, entretenidas y divertidas. Si no lo fueran no nos sentiríamos tan atraídos por ellas y no tendrían efecto sobre nuestra forma de pensar. En el fondo, nadie nos obliga a utilizarlas.

P. Sin embargo, a través de su libro usted parece sugerir que las nuevas tecnologías merman nuestra libertad como individuos...



R. La esencia de la libertad es poder escoger a qué quieres dedicarle tu atención. La tecnología está determinando esas elecciones y por lo tanto está erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma. Google es una base de datos inmensa en la que voluntariamente introducimos información sobre nosotros y a cambio recibimos información cada vez más personalizada y adaptada a nuestros gustos y necesidades. Eso tiene ventajas para el consumidor. Pero todos los pasos que damos online se convierten en información para empresas y Gobiernos. Y la gran pregunta a la que tendremos que contestar en la próxima década es qué valor le damos a la privacidad y cuánta estamos dispuestos a ceder a cambio de comodidad y beneficios comerciales. Mi sensación es que a la gente le importa poco su privacidad, al menos esa parece ser la tendencia, y si continúa siendo así la gente asumirá y aceptará que siempre están siendo observados y dejándose empujar más y más aún hacia la sociedad de consumo en detrimento de beneficios menos mensurables que van unidos a la privacidad.


P. Entonces... ¿nos dirigimos hacia una sociedad tipo Gran Hermano?

R. Creo que nos encaminamos hacia una sociedad más parecida a lo que anticipó Huxley en Un mundo feliz que a lo que describió Orwell en 1984. Renunciaremos a nuestra privacidad y por tanto reduciremos nuestra libertad voluntaria y alegremente, con el fin de disfrutar plenamente de los placeres de la sociedad de consumo. No obstante, creo que la tensión entre la libertad que nos ofrece Internet y su utilización como herramienta de control nunca se va a resolver. Podemos hablar con libertad total, organizarnos, trabajar de forma colectiva, incluso crear grupos como Anonymous pero, al mismo tiempo, Gobiernos y corporaciones ganan más control sobre nosotros al seguir todos nuestros pasos online y al intentar influir en nuestras decisiones.



P. Wikipedia es un buen ejemplo de colaboración a gran escala impensable antes de Internet. Acaba de cumplir diez años...

R. Wikipedia encierra una contradicción muy clara que reproduce esa tensión inherente a Internet. Comenzó siendo una web completamente abierta pero con el tiempo, para ganar calidad, ha tenido que cerrarse un poco, se han creado jerarquías y formas de control. De ahí que una de sus lecciones sea que la libertad total no funciona demasiado bien. Aparte, no hay duda de su utilidad y creo que ha ganado en calidad y fiabilidad en los últimos años.


P. ¿Y qué opina de proyectos como Google Books? En su libro no parece muy optimista al respecto...



. Las ventajas de disponer de todos los libros online son innegables. Pero mi preocupación es cómo la tecnología nos incita a leer esos libros. Es diferente el acceso que la forma de uso. Google piensa en función de snippets, pequeños fragmentos de información. No le interesa que permanezcamos horas en la misma página porque pierde toda esa información que le damos sobre nosotros cuando navegamos. Cuando vas a Google Books aparecen iconos y links sobre los que pinchar, el libro deja de serlo para convertirse en otra web. Creo que es ingenuo pensar que los libros no van a cambiar en sus versiones digitales. Ya lo estamos viendo con la aparición de vídeos y otros tipos de media en las propias páginas de Google Books. Y eso ejercerá presión también sobre los escritores. Ya les ocurre a los periodistas con los titulares de las informaciones, sus noticias tienen que ser buscables, atractivas. Internet ha influido en su forma de titular y también podría cambiar la forma de escribir de los escritores. Yo creo que aún no somos conscientes de todos los cambios que van a ocurrir cuando realmente el libro electrónico sustituya al libro.


P. ¿Cuánto falta para eso?

R. Creo que tardará entre cinco y diez años.


P. Pero aparatos como el Kindle permiten leer muy a gusto y sin distracciones...



R. Es cierto, pero sabemos que en el mundo de las nuevas tecnologías los fabricantes compiten entre ellos y siempre aspiran a ofrecer más que el otro, así que no creo que tarden mucho en hacerlos más y más sofisticados, y por tanto con mayores distracciones.


P. El economista Max Otte afirma que pese a la cantidad de información disponible, estamos más desinformados que nunca y eso está contribuyendo a acercarnos a una forma de neofeudalismo que está destruyendo las clases medias. ¿Está de acuerdo?

R. Hasta cierto punto, sí. Cuando observas cómo el mundo del software ha afectado a la creación de empleo y a la distribución de la riqueza, sin duda las clases medias están sufriendo y la concentración de la riqueza en pocas manos se está acentuando. Es un tema que toqué en mi libro El gran interruptor. El crecimiento que experimentó la clase media tras la II Guerra Mundial se está revirtiendo claramente.


P. Internet también ha creado un nuevo fenómeno, el de las microcelebridades. Todos podemos hacer publicidad de nosotros mismos y hay quien lo persigue con ahínco. ¿Qué le parece esa nueva obsesión por el yo instigado por las nuevas tecnologías?



R. Siempre nos hemos preocupado de la mirada del otro, pero cuando te conviertes en una creación mediática -porque lo que construimos a través de nuestra persona pública es un personaje-, cada vez pensamos más como actores que interpretan un papel frente a una audiencia y encapsulamos emociones en pequeños mensajes. ¿Estamos perdiendo por ello riqueza emocional e intelectual? No lo sé. Me da miedo que poco a poco nos vayamos haciendo más y más uniformes y perdamos rasgos distintivos de nuestras personalidades.

P. ¿Hay alguna receta para salvarnos'?



R. Mi interés como escritor es describir un fenómeno complejo, no hacer libros de autoayuda. En mi opinión, nos estamos dirigiendo hacia un ideal muy utilitario, donde lo importante es lo eficiente que uno es procesando información y donde deja de apreciarse el pensamiento contemplativo, abierto, que no necesariamente tiene un fin práctico y que, sin embargo, estimula la creatividad. La ciencia habla claro en ese sentido: la habilidad de concentrarse en una sola cosa es clave en la memoria a largo plazo, en el pensamiento crítico y conceptual, y en muchas formas de creatividad. Incluso las emociones y la empatía precisan de tiempo para ser procesadas. Si no invertimos ese tiempo, nos deshumanizamos cada vez más. Yo simplemente me limito a alertar sobre la dirección que estamos tomando y sobre lo que estamos sacrificando al sumergirnos en el mundo digital. Un primer paso para escapar es ser conscientes de ello. Como individuos, quizás aún estemos a tiempo, pero como sociedad creo que no hay marcha atrás.


Autora

BÁRBARA CELIS

Fuente

http://www.elpais.com/

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