martes, 28 de julio de 2009

La convivencia escolar consideraciones para su construcción cotidiana

En los últimos años comenzaron a cuestionarse los regímenes disciplinarios escolares indiscutidos durante mucho tiempo, por su desactualización, por su rigidez burocrática, por su despersonalización, pues no reconocían a los niños, adolescentes y jóvenes - los alumnos - como sujetos de derecho y responsabilidad. Sin lugar a dudas tuvo una marcada influencia en estos cambios de modelo, los principios enunciados y proclamados por la Declaración de los Derechos del Niño adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (1959) y posteriormente la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño (1989), en el que el niño ( y adolescente) dejaron de ser considerados como un “objetos de cuidado y protección” para “ser sujetos de derecho y responsabilidad”.

Como consecuencia de ello, numerosas instituciones educativas han reformulado su propuesta pedagógica, incluidos los aspectos relacionados con la convivencia escolar protagonizada por sus actores: docentes (adultos) y alumnos (niños, adolescentes y jóvenes) y les ha exigido encontrar alternativas distintas a las convencionales, pues las existentes ya no resultaban útiles, y no respondían a las demandas formuladas. Además y conjuntamente con esto, quiénes trabajamos en instituciones educativas, somos testigos y a veces, protagonistas, de innumerables situaciones que desconocemos, que nos sorprenden, nos desconciertan, nos superan, y también, nos asustan. Problemáticas que durante mucho tiempo eran ajenas al ámbito escolar o incidían indirectamente en la vida institucional, hoy, repercuten directamente en la convivencia y constituyen su principal preocupación.

Por esto mi interés en abordar estos temas acuciantes referidos directamente a la construcción de un sistema de convivencia escolar, que influyen en la dinámica institucional, repercuten en las interrelaciones de los actores, afectan los vínculos personales e inciden en los procesos de subjetivación / socialización de los alumnos, enmarcados en una nueva concepción jurídica del niño y adolescente como sujeto, como ciudadano.

Hay algunas ideas y conceptos que deseo explicitar:
En la escuela siempre han convivido niños, adolescentes y jóvenes entre sí y con adultos; este proceso constituye la socialización (que es progresivo control de los impulsos individuales que posibilitan acceder a las interrelaciones sociales).
La convivencia escolar no es un concepto nuevo; lo que ha variado es la relación entre los actores institucionales: todos son considerados sujetos de derecho y responsabilidad, tanto los niños, adolescentes y jóvenes, - los alumnos - como los adultos - los docentes. Merece aclarase que por las funciones organizacionales que les compete a cada grupo, la mayor responsabilidad siempre recae en los adultos.
Por lo antedicho, la convivencia es un intento de equilibrio entre lo individual y lo colectivo, entre el deseo y la ley. Esto implica renunciamiento de los sujetos en pro del bien común, del colectivo institucional: estos renunciamientos necesarios para la construcción de la convivencia escolar, provocan malestar. La convivencia no se puede separar del conflicto (institucional, grupal, singular).
En la escuela, el encuentro entre docentes (adultos) y alumnos (niños/ adolescentes / jóvenes- se produce en relación con el saber, con el conocimiento.




Autor
Lic. Norberto Daniel Ianni
Fuente
http: /www.oei.es/valores2/monografias/monografia02/reflexion02.htm

domingo, 19 de julio de 2009

Autocontrol: la clave para el éxito futuro

En mi trabajo en las aulas lo he visto muchas veces, un porcentaje significativo de alumnos se caracteriza por tener una “personalidad tendiente al placer”, o dicho de otra manera “tienen exigencia de recompensa inmediata”. Lo cierto que en estos casos, ellos no pueden entender la importancia de la formación personal, porque los resultados no son inmediatos, porque hay que esforzarse.

Esta situación, ¿No se agrava con la creencia general que la educación debe ser “divertida”? ¿No es para muchos la escuela una guardería, o una cárcel? ¿No estamos yendo hacia una sociedad de “lo inmediato”? Se pude comprobar que para el logro de un rendimiento escolar satisfactorio, es necesario superar todos esos paradigmas.

Reproduzco a continuación, un artículo publicado en el diario chileno “La tercera” que aborda el tema y me pareció interesante

Esta habilidad que comienza en la infancia se ha revelado como un buen predictor del éxito futuro.
A fines de los años 60, el sicólogo de la Universidad de Stanford, Walter Mischel, realizó un sencillo experimento con niños de cuatro años. Les dejaba una golosina sobre la mesa y les decía que se la podían comer de inmediato o esperar su regreso en 20 minutos para obtener un segundo dulce de premio.

Las filmaciones de esta prueba son descorazonadoras, con niños luchando por postergar lo más posible el delicioso momento. Algunos cubren sus ojos con las manos o dan vuelta la cabeza. Otros comienzan a dar patadas en su escritorio, algunas niñas se tiran las trenzas. Un niño muy bien peinado mira cuidadosamente la sala, para asegurarse que nadie lo observa: toma una galleta, se come el relleno, junta ambas tapas y la devuelve a la bandeja, con cara de satisfacción.

Algunos se comen de inmediato su golosina. Pero cerca del 30% de los niños logró resistir hasta el regreso de Mischel. Tras estos resultados, el experimento se archivó. Casi 40 años después, la prueba se reactivó y sorprende por su habilidad de predecir a quien le irá mejor en la vida.

BRECHA EDUCACIONAL
A través de sus hijas, que también participaron, Mischel se enteró de que a los niños capaces de esperar su segunda golosina les iba mejor en los estudios. A partir de 1981 envió cuestionarios a los padres, profesores y orientadores de la mayoría de los 653 niños del experimento. Y constató que quienes habían comido de inmediato el caramelo tenían problemas para poner atención en clases, para hacer amigos y caían más fácilmente en el matonaje. Sus profesores y padres los evaluaron peor y, además, era más probable que tuvieran sobrepeso y conflictos con las drogas a los 30 años.

Los capaces de esperar y controlarse, por el contrario, tuvieron mejor rendimiento académico y en la prueba SAT -algo así como la PSU chilena- obtenían, en promedio, 210 puntos más. Mischel, hoy profesor de la U. de Columbia, comenzó el año pasado a invitar a los participantes -ahora adultos- a la U. de Stanford para someterlos a chequeos de resonancia magnética funcional. Busca determinar con exactitud las áreas cerebrales que permiten a algunas personas postergar una gratificación y controlar su temperamento.

Y aunque faltan estudios para un mapa definitivo, hasta ahora aparecen involucradas la corteza prefrontal, la cíngula anterior y el giro frontal anterior. Zonas asociadas al autocontrol, la memoria de trabajo y la dirección de la atención.

AUTOCONTROL VS. INTELIGENCIA
Durante mucho tiempo los sicólogos han creído que la inteligencia por sí sola es el factor más importante para predecir el éxito. Mischel advierte que si bien es importante, ahora sabemos que está a merced del autocontrol: incluso los niños más brillantes deben hacer sus tareas, dice.

Entre los factores que determinan el autocontrol está el cómo estos menores dirigen su atención. En lugar de obsesionarse con la golosina, que actúa como un potente estímulo, el niño paciente se distrae desviando sus ojos o entonando canciones infantiles. Los niños que se mantienen mirando fijamente el dulce son los primeros en ceder a la tentación. "Si puedes manejar bien las emociones fuertes, entonces eres capaz de estudiar para la prueba SAT en lugar de dedicarte a ver televisión. O en lugar de dilapidar tu dinero, puedes ahorrar más para tu jubilación", dice Mischel.

Estudios posteriores han demostrado que la capacidad de manejar la atención surge ya al año de vida. Basta ver cómo reaccionan los menores cuando se separan de la madre: algunos empiezan a llorar, otros se aferran a la puerta por donde salió ella, mientras que otros se distraen y empiezan a jugar con sus juguetes.

Pero lo que más llama la atención hoy y donde se están enfocando las investigaciones, es un grupo pequeño de los voluntarios de Stanford: niños que no pudieron controlarse cuando pequeños pero que terminaron siendo adultos exitosos, con una alta capacidad de postergar las gratificaciones.

Mientras, Mischel y la investigadora Angela Lee Duckworth, sicóloga de la U. de Pensilvania, aplican un programa en 66 escuelas públicas de EE.UU. Más allá de reformas en planes de estudio, colocan el acento en desarrollar el carácter de los niños y les enseñan algunas formas de autocontrol.


http://www.latercera.com/contenido/741_157654_9.shtml
por Sebastián Urbina - 18/07/2009 - 12:01

viernes, 17 de julio de 2009

¿Qué significa aprendizaje de la convivencia?

En realidad, se trata de un doble aprendizaje. En primer lugar, la convivencia se aprende. Es más, es un duro y prolongado -hasta podríamos decir, interminable- aprendizaje en la vida de todo sujeto, pues:

  • sólo se aprende a partir de la experiencia.
  • sólo se aprende si se convierte en una necesidad.
  • sólo se aprende si se logran cambios duraderos en la conducta, que permitan hacer una adaptación activa al entorno personal y social de cada uno.

Por otra parte, la convivencia enseña. De ella se aprenden contenidos actitudinales, disposiciones frente a la vida y al mundo que posibilitan el aprendizaje de otros contenidos conceptuales y procedimentales.

Los principales determinantes de las actitudes se entienden en términos de influencias sociales. Las actitudes se trasmiten a través de la expresión verbal y no verbal. La institución educativa, aún cuando no se lo proponga, no se limita a enseñar conocimientos, habilidades y métodos. Va más allá. La escuela contribuye a generar los valores básicos de la sociedad en la que está inserta. Los valores de la escuela influyen sobre los alumnos. Muchos de ellos están claramente explicitados en el ideario institucional, en tanto que otros están íntimamente ligados a la identidad institucional, y son los que vivencian diariamente; sobre estos principios se construye y consolida la convivencia.

Los valores constituyen un proyecto compartido que da sentido y orienta la formación de actitudes en la escuela. La escuela espera de sus actores una serie de comportamientos adecuados a los valores que inspiran el proyecto educativo. Para ello deben incorporarse normas. La meta máxima será que éstas sean aceptadas por todos los actores como reglas básicas del funcionamiento institucional, que se comprenda que son necesarios para organizar la vida colectiva. Si esto se logra, se logró la interiorización de las normas.

¿Cómo se aprende la convivencia?
Para aprender a convivir deben cumplirse determinadas procesos, que por ser constitutivos de toda convivencia democrática, su ausencia dificulta (y obstruye) su construcción; simplemente las enumero, pues serán desarrolladas más adelante.

  • Interactuar (intercambiar acciones con otro /s)),
  • interrelacionarse; (establecer vínculos que implican reciprocidad)
  • dialogar (fundamentalmente ESCUCHAR, también hablar con otro /s)
  • participar (actuar con otro /s)
  • comprometerse (asumir responsablemente las acciones con otro /s)
  • compartir propuestas.
  • discutir (intercambiar ideas y opiniones diferentes con otro /s)
  • disentir (aceptar que mis ideas – o las del otro /s pueden ser diferentes)
  • acordar ( encontrar los aspectos comunes, implica pérdida y ganancia)
  • reflexionar ( volver sobre lo actuado, lo sucedido. “Producir Pensamiento” – conceptualizar sobre las acciones e ideas.)

Todas estas condiciones en la escuela se conjugan y se transforman en práctica cotidiana a través de proyectos institucionales que resulten convocantes y significativos para los actores institucionales, y también respondan a necesidades y demandas institucionales. Estos proyectos incluyen y exceden los contenidos singulares de las asignaturas, la tarea nuclea a los distintos actores y como consecuencia de ello, las relaciones cotidianas y rutinarias se modifican, varían los roles y cada integrante asume nuevas responsabilidades, se incrementa el protagonismo de todos los participantes. La actividad tiene sentido y significado para quienes la ejecutan, pero también la tiene para sus destinatarios; alcanzar las metas propuestas es el cometido compartido, se incrementa la responsabilidad y el sentido de pertenencia. Esta propuesta impregna a toda la institución que, sin "trabajar específicamente la convivencia", aprende "a convivir, conviviendo".

Confirma lo enunciado en esta presentación la experiencia de muchas escuelas, que en distintos lugares - algunos muy distantes y solitarios - desarrollan distintos tipos de proyectos. En dichas escuelas "los problemas de convivencia" no existen como obstáculos sino que se transforman en un desafío a la creatividad, entendiendo que ser creativo es dar respuestas variadas, diferentes y diversas a situaciones habituales y reiteradas que necesitamos modificar, mejorar. De esta manera la energía requerida para “solucionar el problema” se canaliza constructivamente no sólo para la realización personal sino para el logro del bien común.




Autor
Lic. Norberto Daniel Ianni
Fuente
http://www.oei.es/valores2/monografias/monografia02/reflexion02.htm

jueves, 9 de julio de 2009

Un virus es un virus y la escuela es la escuela

La siguiente nota, sacada de Página 12, diario de Buenos Aires, fue escrita por Mónica Müller, médica clínica. Allí destaca, en pocas palabras, una serie de supuestos vigentes, que en este caso perjudican nuestra salud. Este artículo me lleva a pensar ¿Cuáles son los supuestos que circulan sobre Educación? ¿Qué deberíamos cambiar para obtener una realidad más satisfactoria? Ante una realidad cambiante ¿Qué aspectos de las escuelas hay que modificar? ¿Es la relación con los padres la adecuada? ¿La escuela recibe del nivel central de conducción las herramientas que necesita? ¿Se prepara al alumno para asumir responsabilidades?

Creo que la forma de retomar el camino de la calidad educativa es la de reformular los supuestos vigentes, los mencionados y seguramente habrá otros, no bastan simples cambios cosméticos, las escuelas necesitan de mucha reflexión, discusión y compromiso. A continuación transcribo el artículo mencionado:

La crisis que estamos viviendo bajo la dictadura del virus A (H1N1) implica peligros, pero puede ser la oportunidad para modificar errores que por tan rutinarios no se discuten.

La idea implantada por la industria farmacológica de que toda enfermedad tiene un remedio creó el hábito de tomar una droga química para cada síntoma.
Los medicamentos para bajar la fiebre son un ejemplo de esa regla que hoy tenemos la oportunidad de cuestionar. La fiebre es un mecanismo de defensa verdaderamente ingenioso. Si no existiera habría que inventarlo y su inventor entraría con honores a la historia de la medicina. La elevación de la temperatura corporal inhibe el crecimiento y la reproducción de organismos infecciosos y es el protagonista principal de una cascada de reacciones inmunitarias celulares. A los virus, que sobreviven y se reproducen cómodamente en ambientes fríos, se les complica la vida cuando la temperatura de la sangre alcanza los 39 grados; su fantástica capacidad de replicación se hace lenta hasta quedar desactivados.

La fiebre no es una enfermedad. La fiebre no hace daño. La fiebre cura. Entonces, ¿por qué los médicos recetan rutinariamente antitérmicos? Un residente de un hospital respondió con una honestidad desarmante:
–Porque existen.

Los antigripales son otra invención farmacológica de uso corriente. Combinan antitérmicos con drogas descongestivas o antialérgicas que coartan la fiebre, la congestión y el malestar general. El paciente hace su vida normal como si no estuviera enfermo. No sólo expone a otras personas al contagio, sino que además está más enfermo que antes porque su organismo sigue a merced del virus, pero ahora está maniatado y amordazado. Su ejército de células defensivas duerme tranquilo en los cuarteles. No corre al sitio de la infección porque la alarma está desactivada. Pido disculpas por la metáfora castrense, pero por dentro las cosas funcionan exactamente así. Una perversión suplementaria son las preparaciones que la publicidad y los envases engañosos venden como “té” para que hasta los no creyentes se traten con paracetamol y fenilefrina cuando creen estar tomando el tecito reconfortante de la abuela.

Una de las oportunidades más interesantes que nos presenta esta crisis es la de regular el uso de los antibióticos, drogas que han cambiado la relación histórica de los humanos con las infecciones por su eficacia contra las bacterias.

A los virus, en cambio, un antibiótico los hace reír a carcajadas. La diferencia formal puede medirse en micromicrones, pero desde el punto de vista biológico es una inmensidad. Comparar un virus con una bacteria es como comparar una moto con una mandarina. Los virus no entran en la categoría de seres vivos como el resto de los gérmenes. Una de las definiciones más precisas dice que son maquinarias programadas para la supervivencia. No son animales, plantas, parásitos, hongos ni bacterias; son meros contenedores de ADN diseñados para obligar a las células vivas a perpetuar su información genética. En el camino hacia ese objetivo los virus infectan, invaden y destruyen células y tejidos sanos, mutando y recombinándose para eludir los radares de la inmunidad. Los antivirales no los matan; sólo retrasan su multiplicación. Y su uso indiscriminado puede estimularlos a mutar para hacerse resistentes a los que se están usando en enfermos de gripe A (H1N1).

Sin embargo, todos los argentinos conocemos a alguien que cuando tiene un dolor de garganta o una gripe va a la farmacia, elige al azar un antibiótico y lo toma como le parece. Esa persona está poniendo en peligro su propia inmunidad y por un efecto de ruleta rusa darwiniana, la de todo el género humano. Los pacientes no tienen la obligación de saber que los antibióticos sólo actúan sobre las bacterias (tampoco todos sobre todas ellas) y que su mal uso puede crear un microorganismo resistente a todos los antibióticos conocidos. Los pacientes saben lo que la publicidad y sus médicos les enseñan. Y demasiados médicos recetan antibióticos cuando son innecesarios. Los testimonios de personas infectadas por el nuevo virus confirman conductas médicas injustificables: “Le dieron un antibiótico, después otro y otro, hasta que al fin se dieron cuenta de que lo que tenía era viral”. La única explicación posible para esto la dio un joven clínico en un ateneo:
–Si viene con una gripe y no le receto el antibiótico más caro, ese paciente cree que no sé nada y no vuelve más.

Estas aberraciones médicas sólo ocurren porque el sistema de salud las avala con el consentimiento o con el silencio. La venta libre de antibióticos es un mensaje. Su venta bajo receta haría comprender a los pacientes que no son drogas inocuas y obligaría a los profesionales a hacerse cargo de la responsabilidad de indicarlos con fundamento científico.

La nota sobre el virus extraída de
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/subnotas/127967-41063-2009-07-09.html

domingo, 5 de julio de 2009

¿Cómo se aprende a dialogar?


Sin lugar a dudas la respuesta es: dialogando. Y aquí es fundamental la tarea del docente adulto, cuya función es acompañar, es escuchar, nada más y nada menos que eso: acompañar y escuchar comprensivamente al otro, con mayor o menor grado de especificidad, según la función que se desempeña en la institución educativa, para que el alumno, niño, adolescente o joven, vaya transitando y descubriendo el camino, su camino.

Acompañar y escuchar, es presencia, presencia que implica, según el educador brasileño Antonio Gomes Da Costa,


  • receptividad, apertura hacia el alumno, estar dispuesto a conocerlo y comprenderlo respetando su intimidad, su privacidad.

  • reciprocidad no basta con estar expectante, sino también en responder con actitudes, con palabras, con gestos,

  • compromiso que es la responsabilidad que se asume en relación con el otro, en este caso con el alumno.

De esta manera se aprende a dialogar, y a generar vínculos no sólo con quiénes comparto gustos e ideas, sino también con aquellos cuya postura ante la vida es distinta, quizá opuesta a la mía y con quien tengo que convivir cotidianamente y muchas veces compartir tareas.

Esto nos remite a la solidaridad: otro "contenido fundamental", que también se aprende y ejercita en la escuela en general y en la secundaria en especial. En pocas etapas de la vida se es tan solidario como cuando se es adolescente. La solidaridad es lo que me compromete como SUJETO con el “OTRO” también SUJETO. Pero para llegar a ser solidario se sigue un proceso; en el que hay momentos en los que el niño / adolescente suele homologar solidaridad con complicidad, pero esto es una etapa, un momento de ese proceso en la vida de nuestros jóvenes estudiantes. Considerar y analizar estas situaciones facilitada mediante, el diálogo y la reflexión con la intervención del adulto responsable, permite pasar de la complicidad (indiscriminación y anomia) a la solidaridad (compartir con otro u otros conformando una red, un colectivo) cuyo objetivo es el bien común.

¿Cuántas veces en pro de lo que como adultos consideramos justos ideales, les pedimos su solidaridad para con nosotros; los arengamos , los persuadimos seductora o carismáticamente para que digan la verdad en relación a algún incidente con sus compañeros, aún cuando esa verdad sea una delación?. Pero hay que decir la verdad, ahora, aquí y porque yo lo digo. ¿Esta actitud tiene algo que ver con el concepto de verdad?¿qué lo liga a la idea de solidaridad?

Esto también lo enseñamos (y lo aprendemos) en la escuela por estar en relación con otros. Es muy interesante lo que dice al respecto Humberto Maturana: "Educar se constituye en el proceso por el cual el niño, el joven o el adulto convive con otro y al convivir con el otro se transforma espontáneamente, de manera que su modo de vivir se hace progresivamente más congruente con el otro en el espacio de convivencia. Si el niño, joven o adulto no puede aceptarse y respetarse a sí mismo, no aceptará ni respetará al otro. Temerá, envidiará o despreciará al otro, pero no lo aceptará ni lo respetará y sin aceptación y respeto por el otro como un legítimo otro en la convivencia no hay fenómeno social.

Obviamente, hoy, la escuela no desconoce estos hechos y, por esto, se ocupa de que quienes ingresan a ella permanezcan el tiempo necesario allí. Pero si esta retención e integración a la comunidad escolar no está mediada por el encuentro con el conocimiento y la aventura del saber, la escuela no cumple con el cometido para el que fue creada y se convierte en una instancia, ya no de retención, sino de detención del proceso de crecimiento y de socialización, que permite el tránsito y la transformación del cachorro humano en sujeto de derechos y responsabilidad (es construcción de la ciudadanía).




Autor
Lic. Norberto Daniel Ianni
Fuente
http://www.oei.es/valores2/monografias/monografia02/reflexion02.htm

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